Texto narrativo

Los textos narrativos son unidades textuales en las que un narrador cuenta unos hechos que afectan a unos personajes.

Características lingüísticas de los textos narrativos

  • Tiempos en pasado: las formas verbales propias de estas unidades textuales son el presente de indicativo con carácter de pasado, el pretérito perfecto simple, el pretérito imperfecto, el pretérito pluscuamperfecto. Ejemplo: «Cuando llegamos, ni mi madre estaba allí».
  • Presencia de marcadores textuales: estos elementos tienen la labor de dar coherencia y cohesión a los textos. Ejemplo: «Actualmente, la esperanza de vida ha aumentado».
  • Diálogos en estilo directo o estilo indirecto: los personajes que llevan o sufre la acción de las narraciones dialogan y, dependiendo del emisor del texto y de las circunstancias de lo que allí se narra, se usa uno u otro estilo. Ejemplo: «- No podemos vernos hoy – espetó Marcela por teléfono».

Elementos primordiales de los textos narrativos

  1. Narrador: es la voz desde la que el escritor o escritora cuenta la secuencia de acontecimientos que constan en la historia. El narrador puede tener una perspectiva externa, cuyo papel sería totalmente ajeno a aquello que se cuenta, o, por el contrario, puede tener una perspectiva interna, interviniendo así en el hilo de acontecimientos de forma activa. En el caso en el que el narrador conozca todos los detalles de la historia se le denomina narrador omnisciente.
  2. Personajes: son entes, reales o ficticios, que participan en la acción o sufren y padecen las acciones. Los personajes pueden ser protagonistas o secundarios. En el caso de los personajes protagonistas, tienen a su vez un adversario o rival al que se llama antagonista, quien, por algún motivo, tratará de evitar que el protagonista logre sus objetivos.
  3. Acción: es el conjunto de hechos que acaecen a lo largo de la historia en unos lugares y tiempos determinados. De manera general, las historias narradas suelen acarrear acciones ordenadas de manera cronológica, es decir, una sucesión cronológica que va desde un punto del tiempo en el pasado hacia un punto del tiempo en el futuro. Sin embargo, en ocasiones, se trastoca ese orden, adelantando acontecimientos (prolepsis) o retrasándolos (analepsis).

Organización de los textos narrativos

Para organizar este tipo de textos se suele acudir a la clásica división de planteamiento, nudo y desenlace:

  1. Planteamiento: el narrador presenta a los personajes principales, ubica la acción en el espacio y en el tiempo y expone una situación inicial. Ejemplo: “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: “¿Platero?”, y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…”. (Texto extraído de: http://www.estandarte.com/noticias/varios/el-comienzo-de-platero-y-yo_2840.html).
  2. Nudo: después de los primeros compases de la historia, de repente, esta da un giro de 180 grados. Justo en ese momento, después de mencionada alteración, se cuentan las siguientes acciones. Este elemento es el más extenso del texto.
  3. Desenlace: una vez se han abierto varias incógnitas, tramas y subtramas en la historia, al final estas se solucionan o de algún modo se resuelven para dar paso al final de la historia.
Cadillac Eldorado convertible (1974)
imagen extraída de: https://www.google.com/search?biw=2559&bih=1245&tbs=isz%3Am&tbm=isch&sa=1&ei=_PL0XJPRLqGDjLsP9LmUwAc&q=cadillac+1974+de+gta&oq=cadillac+1974+de+gta&gs_l=img.3…11903.12430..12767…0.0..0.71.139.2……0….1..gws-wiz-img.kxcDScgNB0s#imgrc=u4Hy9-672zd9-M:

EL RELATO CORTO

La sombra (Sergio Bergmann)

Hola, me llamo Felipe Díaz y soy asesino. Asesino a sueldo para ser exactos. No es que me guste mi trabajo, pero la verdad es que me da para vivir. Tengo exmujer y dos hijos, a los que tengo que alimentar de alguna manera, y créanme, no conozco otra forma de ganarme la vida. Me crié en los suburbios bonaerenses del barrio boedo. Mi infancia no fue fácil. Desde niño aprendí que debía buscarme la vida para conseguir dinero y respeto en el barrio. Mis padres, que se dedicaban al menudeo de cocaína, jamás me dedicaron muestras de cariño y es por eso que me cuesta mucho confiar en la gente, y como es lógico, yo seguí sus pasos en el mundillo del trapicheo, empezando de “mula de carga”. Mi barrio, era un barrio pobre, en el que los chivatos solían morir por “accidente”; las calles estaban llenas de yonquis soplones, arrojando luz a la policía en cualquier oscuro asunto; y la “Esperanza”, era una golfa que se acostaba con el primero que le colocaba dos rayas. Y así fue como conocí a Isaac.

Isaac era un tipo astuto, calculador y con una mirada fría como un témpano. Su trabajo consistía en satisfacer las necesidades vengativas de personas sin escrúpulos, gente que buscaba discreción y profesionalidad en el servicio. Yo contaba con 19 años. El negocio del porte me iba bien y me permitía caprichos como conducir un Cadillac del 74, aunque últimamente, una pareja de federales se convirtieron en la prolongación de mi sombra. Era un joven atractivo y con un don especial para las mujeres que no fuesen la mía. Una luminosa mañana, de esas a las que se le dedica tiempo a no mirar el reloj, paseando con mi carro por el barrio, un todoterreno se saltó un semáforo a gran velocidad y se empotró con la aleta delantera derecha de mi flamante Cadillac. Bimba. Ni que decir tiene, que el golpe me dejó sumido en estado de shock durante un tiempo indeterminado. En cuanto recobré la consciencia,  hice un breve chequeo de mi cabeza, tronco y extremidades y me acerqué encabritado al coche con mi nuevo cacharro, una Magnum 44 de contrabando. Ese hijo de puta iba a pagar por ello. Cuando llegué a la altura de la ventanilla del piloto, mi sorpresa fue encontrarme con una escopeta apuntando a mis partes nobles. Ese cabrón me miró impertérrito. Me encontraba en una lucha de poder, en un enfrentamiento a vida o muerte entre dos lobos solitarios que buscan liderar a su manada. Pero seguidamente, se desvaneció el duelo. El aullido del peso de la ley llenaba de sombras las calles; se acercaron raudas, dos patrulleras de maderos que llegaban por la misma avenida por la que ese mal nacido había aparecido. ¡Mierda!, ese hijo de puta estaba siendo perseguido por la pasma justo cuando iba a darle su merecido. Otra vez será.

Pasaron unos meses antes de que volviese a cruzarme con aquel demontre. Una tarde, apoyado en la barra de un bar, él y sus secuaces aparecieron y se acercaron a la barra. Realmente, la efervescente rabia que me produjo el accidente con su coche aquel lejano día, se convirtió en un tímido burbujeo, parecido a los últimos espasmos de un Eferalgan. Me acerqué a la barra sin titubear y le miré fijamente a los ojos. Su reacción no se hizo esperar; soltó el vaso de güisqui, bajó la mano en dirección a algún lugar de su cintura y cuando el nerviosismo me obligó a buscar mi revolver, Isaac suavemente, sacó un paquete de cigarrillos y me ofreció uno. No se por qué pero no me sorprendió su reacción. Parecía un tipo duro, de tez morena y una cicatriz en el pómulo que le confería un aspecto rudo, de pocos amigos. Sin más dilación desenfundó: -¿Quieres trabajar para mí?- ¿De qué se trata?- Es sencillo… sólo tienes que hacer justicia en nombre de otro, desaparecer un tiempo y cobrar un buen montón de pasta.

Sencillamente acepté. Ganaría 10000 pesos por fiambre. Ese era el trato. Después de la dura vida que conocía desde mi infancia, mis padres en el talego y mi exmujer fuera del juego, creo que no me costaría demasiado trabajar de sicario. A tres semanas vista, quedaba con Isaac y me proporcionaba toda la información que necesitaba para empezar a trabajar. Nombre, familia, dirección, donde trabaja, donde suele trasnochar o incluso el nombre de su mascota. Ya sólo quedaba estudiar el cómo, el cuándo y el dónde.

Hasta entonces, nunca había matado a nadie, pero la sensación es casi divina. Divina en cuanto al poder que supone decidir cuando llega la guadaña para alguien a quien ni siquiera conoces. Las primeras 5 ó 6 veces, tenía remordimientos de conciencia. A veces me llevaba varias semanas de insomnio, recordaba una y otra vez la expresión de la cara de la víctima, tensa y engarrotada, justo antes de convertirse en cadáver.  Pero la sensación cambia, se vuelve adictiva, incluso me atrevería a decir que placentera. Te acercas sigilosamente, golpeas con la culata en la nuca, te agachas para taparle la boca y… ¡Bang! ¡Bang!

Ahora puedo hacer que mis hijos estudien en buenas escuelas gracias a la pasta que estoy haciendo. Aunque ellos sólo conozcan la sombrao el reflejo de su padre, ya que pensaban que trabajaba en un banco del centro. Y la verdad es que no me arrepiento de nada. Tengo 25 años y espero que la sombra de esta celda no ahogue a la juventud de este guerrero.

Os quiero familia.

Diario el argentino (buenos aires) – 16 de diciembre de 2010.

La explicación del texto argumentativo no hubiera sido posible sin las instrucciones del libro de texto:

López-Sáez, M., Rodríguez Piñero, y Grence Ruiz, T. (2017). Lengua y Literatura. Serie Libro Abierto. Sevilla: Santillana/Grazalema.